Salmos 9:18

«Porque no para siempre será olvidado el menesteroso, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente». Salmos 9: 18.

La pobreza es una dura herencia; pero aquellos que confían en el Señor son enriquecidos en la fe.

Ellos saben que no son olvidados por Dios; y a pesar de que parezca que son pasados por alto en sus distribución providencial de cosas buenas, esperan un tiempo todo esto será enderezado.

Según las Sagradas Escrituras Lázaro no siempre estuvo lamiendo las migajas que dejaban caer los ricos, sino que tiempo después se muestra su recompensa en el seno de Abraham.

Con esto el Jehová le demuestra a sus hijos pobres pero con un hermoso corazón. «Yo soy pobre y menesteroso; pero, el Señor piensa en mí», dijo alguien en una ocasión, y verdaderamente es así.

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Aquellos que son pobres pero piadosos, tienen una gran esperanza.

Esperan el Señor que como dice en Romanos 8:28 «todas las cosas les ayuden a bien». Deben tener una comunión mucho más íntima con el Señor, que no tenía ni siquiera donde recostar su cabeza. Esperan su segunda venida, esta esperanza no puede nunca perecer, pues está puesta en Cristo Jesús, que vive y reina para siempre y por la eternidad.

¡Y porque Él vive la esperanza también vivirá! El santo pero pobre tiene un gozo que el rico pecador no puede comprender, por lo tanto, cuando tengamos una ración disminuida, hemos de presidir nuestro pensar a la mesa real divina.

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